Tres días después de su estreno, las buenas críticas acompañan a la que se está convirtiendo ya en una de las grandes sorpresas del cine de este año: “Mad Max: Furia en la carretera”. Los elogios y buenos comentarios retumban en las redes sociales y páginas del género cinematográfico con un vertiginoso ritmo propio de la batería de Keith Moon. Tanto ruido por algo será.
La suerte de la nueva Mad Max es contar con el mismo director de la primera película “Mad Max: Salvajes de la autopista” (1979), George Miller, con treinta y seis años más y una visión diferente de aquel inesperado éxito de finales de los setenta. Una magnífica revisión del género a una, por otra parte, versión edulcorada o en este caso reboot edulcorado. El nuevo filme no molesta ni incomoda por su desmesurada violencia, como sí hizo la película protagonizada por Mel Gibson, característica que fue parte del éxito de aquella película.
Si difícil es hacer una película con bajo presupuesto y que sea un éxito, más difícil es tener un gran presupuesto (150 millones de dólares) y rodar sin que se note toda esa fortuna. Miller lo logra a través de una elegante y sobria realización, con una simplicidad y transparencia fílmica que nos recuerda al cine clásico de acción, ese que se rodaba con cuatro duros y que se caracterizaba por su austeridad y efectismo. “Mad Max: Furia en la carretera” es un ejemplo de ello, el director hace los deberes y se esfuerza por conservar la esencia de aquella primera Mad Max con escenas de alto voltaje, pero incluyendo ahora una visión sociológica, un tanto espiritual de la que carecían las películas protagonizadas por el joven Mel Gibson.
El nuevo protagonista, encarnado por el afortunado Tom Hardy (que ha firmado contrato para rodar tres entregas más), es un tipo poco dado a las palabras con un pasado oscuro y desconocido del que muy poco logramos conocer, quizá las tres próximas películas tengan el tiempo y el empeño suficiente para arrojar algo de luz sobre ello. Si en la películas de los ochenta, Mel Gibson era un tipo atormentado por el asesinato de su familia aquí se desconoce por completo la vida pasada de este nuevo anti-héroe protagonista, ni siquiera la voz en off aclara de dónde viene el personaje.
Sólo un actor de la primera Mad Max repite en esta cinta del 2015 y no, no es Mel Gibson sino Hugh Keays-Byne. En “Mad Max: Salvajes de la autopista”(1979) interpretó al malo de la función en el personaje de Toecutter, treinta y seis después vuelve en el rol de villano pero con otro nombre, interpretando a Inmortan Joe. Esto puede llegar a entenderse como un guiño a la primera película por parte del director o como la evolución de aquel malvado a un ser más grande y poderoso.
En “Mad Max: Furia en la carretera”, más de uno ha visto en el personaje de la guapa Charlize Theron como la verdadera protagonista de esta nueva saga. Un magullado personaje femenino que nada tiene que envidiar a los personajes masculinos, en un rol de mujer fuerte muy alejado de aquellas guapas protagonistas rescatadas por el héroe masculino de la función, capaz de dar una paliza al macho más macho.
“Mad Max: Furia en la carretera”, es en suma una reinvención del género que ha dado en la diana en tiempos en que el lenguaje gráfico gana la partida a la sutiliza y a los diálogos de las películas de los ochenta. Todo un logro para un director que cuenta ya con setenta años y que ha conseguido que las escenas de la saga Too Fast, too forious parezcan ahora una atracción infantil de Disney.